Archive for the ‘Relatos’ Category

paseo

22 May 2009

Ahora que empezaba a querer cada minuto de la soledad, a saborear el café como siempre pensé que hacían los mayores, a sentirme capacitado para distinguir cada flor por su olor.

Cuando aprendes a ponerte al Sol porque sabes que es lo que te calienta la piel, escuchas cada canción en el momento adecuado y buscas esas cosas que te diferencien siempre de los demás, con miedo a caer en la masa. Sigues sacando fotos en tu cabeza, sin cámara, porque “eso casi nunca se lleva en el momento importante”, defines los marcos y disfrutas los paseos mientras estes se consumen y el Sol se va, y te deleitas cuando se funden los colores: azules, naranjas y amarillos se juntan con los matices del mar y la arena. Esos paseos, un pie tras otro sobre la madera tratada, la sensación de que ya no eres un crío pero sigues sin saber nada en concreto, todo se mezcla, la marea sube y baja, siguiendo su curso. Recuerdo cuando era pequeño y te preguntaba “¿para que sirven los paseos?” siempre me contestabas que era para pensar, y yo no lo entendía, “que aburrido” te decía.

Ahora todo sigue igual, ya he pasado la etapa en la que pensaba que podía distinguir el bien y el mal con claridad y ahora todo se vuelve a mezclar, nunca soy mayor, y nunca podré volver a ser pequeño del todo. Ahora ya no grabo en super8, hace tiempo que no veo a Cleopatra Jones, Pero sigo paseando.

Suena:  Elphomega- Dolorama

14 de marzo

7 abril 2009

Había sobrevivido. Eran las 13:27 del catorce de marzo y tenía oficialmente cuarenta y un años. Había pasado lo que sus padres le habían enseñado que sería el ecuador de su vida y se encontraba solo, en la cocina de su piso individual soplando dos velas rojas que había comprado en el todo a cien: un cuatro y un uno, colocadas en un pastel que también se comería el solo.

Ese día decidió hacer algo diferente, al fin y al cabo toda su vida había transcurrido de una manera plana y mecánica desde los veintitrés años. Ni un sobresalto. Ni una emoción y casi sin saberlo ni el mismo, ni una sonrisa verdadera, ni un abrazo. Se calzó sus pantalones de pana verde oliva, la chaqueta de punto color burdeos, se abrochó los botones, se calzó esos zapatos negros que habían sido de su padre, cogió las llaves del coche y salió del garaje. Siempre había querido vivir en la playa y las pocas veces que había pensado sobre las cosas que habían influido en el transcurso de su vida, tenía la seguridad de que lo único que podría haber cambiado su soledad actual era haber tenido valor para contradecir lo que pensaban en su casa y haberse ido a vivir a la playa. Mientras conducía, apartó del salpicadero antiguos papeles ya amarillos, reconoció sus anotaciones rápidas y algún dibujo que ahora no servían para nada, pero recordó el gran alivió que significó que estuvieran ahí en su momento.

Entró en la playa con los calcetines y los zapatos en la mano, se sentó vestido pero descalzo. Empezó a escribir sobre la arena mojada, mirando al mar, mientras las ínfimas piedras del suelo húmedo se pegaban a sus pantalones. Paseaban algunos señores y algunas familias con perros a lo lejos. Casi nadie quería ir a la playa en marzo. Mientras dibujaba se acordaba de lo que le gustaba la playa cuando era niño, de lo bien que se lo pasaba haciendo castillos en la arena mientras los otros buceaban y de lo tarde que aprendió a nadar por el miedo que le daba el agua. Cuando empezó a llover, la playa se quedó vacía y al poco tiempo decidió marcharse. Llegó a la orilla y casi sin limpiarse se calzó y subió a su coche, la lluvia se iba haciendo más intensa a medida que se alejaba de la playa y él todavía sentía sus pies ásperos por la arena, esa sucia sensación. Mientras conducía se quedó pensando mirando de manera hipnótica como las gotas caían contra el cristal de su coche, y como los limpiaparabrisas cumplían con su función de manera mecánica; era lo único que alteraba la visión de de la línea continua que iba por su izquierda, metro tras metro, plana y mecánica.

Cuando vio el camión era demasiado tarde para esquivarlo y volver a la carretera. Murió contra el poste de hormigón que había a su derecha, eran las 19:37 del catorce de marzo.

3 abril 2009

La rubia se desabrochó el vestido, se quitó los tacones y se pasó la mano con los pelos todavía amarillos por los últimos rallos de verano, para librarse de una vez por todas del carmín de sus labios. Abrió la puerta del coche, y se bajó…

¡¿Se puede saber que demonios estás haciendo?!¡¿Te crees que me puedes hacer algo así a mí?! Mira niña, que sea la última vez que me haces venir para esto, porque tengo familia, hijos, y muchas otras cosas que hacer en un día como este lugar de estar aquí perdiendo el tiempo contigo. Deberías de saber que no eres la primera que se quiso venir de importante a enseñarme cosas, con sus coqueterías, sus vuelos de fin de semana y su cabeza en Marte. No sé en que coño estabas pensando cuando hiciste eso, pero cada vez que estás conmigo, cada vez que te hablo, cada minuto que pasas a mi lado, cada orden que te doy, deberías de estar eternamente agradecida, y no perdiendo el tiempo con tus estúpidas faltas de concentración, con ideales pasajeros y otras mierdas. Eres muy importante para mí, para todo lo que esto significa. Mira todo lo que te he ofrecido y mira como me lo pagas tú. ¿Acaso esto no es lo mejor que te ha pasado? Cojones. ¿No crees que me merezca algo más que esta mierda que me estás brindando? Sé que me puedes dar algo mejor. Sé que no lo estás haciendo al cien por cien, y eso es lo que intento sacar de ti. Tienes que darme más, tienes que dármelo todo, incluso cuando creas que no puedes más, sigue pensando en mí. Mira. Esto sólo tiene una manera de hacerse bien, y esa manera es la mía, por esto me pagan, por eso soy yo el puto director de esta película. Así que pasa por maquillaje de nuevo, tómate algo, y a rodar en media hora.

Mirando para otro lado, entre bastidores, grúas, cables y cámaras, mandó al equipo a tomarse una cerveza al bar la calle de abajo.